Entendiendo el proceso de vida de la arquitectura como la vida de una construcción nueva en su parcela o lote, o en la remodelación de interiores y viéndola a lo largo del tiempo, la dirección que lleva siempre es hacia adelante, nunca hacia atrás… Su “nuevo origen”, después de la etapa conceptual y de diseño se da cuando se entrega la obra y cuando esta se habita o se ocupa, en este momento el arquitecto o proyectista ya pierde el control.
Esta “nueva evolución” empieza a desarrollarse de manera compleja donde interaccionan diferentes e impredecibles energías, flujos y fuerzas que operan en el día a día, al hacer la vida propia la arquitectura deja de ser estática, transmuta, se convierte y pasa a la acción…
Todos, como seres humanos somos arquitectura y ampliamos la vida de la misma, y como proyectistas y diseñadores no podemos obviar este proceso que, aunque en “su nuevo origen” se sale de nuestras manos, debemos comprender que la inercia que corresponde y lleva el desarrollo del diseño en sí y su edificación, aporta a más o a menos a que el resultado o proyecto no se convierta en un “objeto” que permanezca inerte.
